2/11/15
Ese Tormento llamado Celos [2-11-15]
Ese Tormento llamado Celos
Juego pícaro para atraer la atención de quien amamos, baja pasión, dolencia, flagelo, y hasta muerte, los celos dan para tanto.
Son tan perturbadores que hasta hay quienes plantean la posibilidad de extirparlos quirúrgicamente. Solución para casos gravísimos, claro está.
Esta pasión extrema, la de los celos, es la que el escritor Roberto Ampuero explora y nos pone ante los ojos con su novísima obra Los amantes de Estocolmo (Editorial Planeta). Como él mismo relata, desde su casa en Iowa, EE.UU.,“La novela arranca con algo que quizás muchos han experimentado como realidad o simple especulación: encontrar entre las pertenencias de la pareja un objeto que parezca prueba evidente de la infidelidad”.
Ampuero, quien se reconoce celoso, pero no de celos enfermizos, agrega: “Creo que nadie está libre de los celos. Como diría Rubén Darío: ¿Quién que ama no es celoso?”.
No es un sentimiento cómodo. Porque los celos mortifican. O, por lo menos, incomodan. Y a veces hasta matan. Tanto que ya se creó una institución para combatirlos: la Asociación Lucha Contra los Celos y que en el 2001 fue reconocida por el Ministerio del Interior de España. Es la primera en su tipo y sus objetivos revelan cuán profundos pueden ser los alcances de lo que llaman “celos malos”. Entre otros fines, se plantea pedir a los organismos competentes que dejen constancia indiscutible de su condición de enfermedad; reclamar la investigación de terapias eficaces para combatirlos y defender la hipótesis que establece a los celos como principal causa de malos tratos domésticos.
Es algo demasiado frecuente. Basta escudriñar los diarios. El 17 de octubre nos informaron sobre una mujer temporera de Chimbarongo, rescatada desde su casa por Carabineros: el marido la mantenía bajo llave, temeroso de que ella pudiera llegar a serle infiel. La mujer, de 25 años, permaneció meses recluida en una habitación de ocho metros cuadrados, con su bebé que hoy tiene ocho meses, al que sólo podía alimentar con leche materna.
Tan tormentosos pueden llegar a ser los celos, que la ciencia ya ha comenzado a dar soluciones. Se trata de la capsulotomía, una operación que consiste en cauterizar quirúrgicamente una zona del cerebro, mediante la cual se pueden tratar diversas obsesiones, como la anorexia, la drogadicción y también algunos casos de celotipias. Aunque es una intervención breve, resulta muy compleja y delicada, razón por la que está sujeta a una norma ética muy estricta, que la restringe sólo a casos de extrema gravedad. Son contados los equipos médicos que la realizan en el mundo. Uno de ellos es chileno, trabaja en la Clínica Dávila y está encabezado por el doctor Renzo Zamboni.
Los orígenes de los celos se remontarían a un millón de años atrás, cuando hombres y mujeres debían permanecer al acecho de sus conquistas para evitar que otro u otra ocupara su lugar. Es la tesis de los sicólogos evolucionistas, quienes explican el surgimiento de esta emoción a través de la teoría darwiniana: ellas temían que los hombres, que eran cazadores y, por lo tanto, proveedores, pusieran los ojos en otra, porque eso podía significar inmediatamente la pérdida de la comida necesaria para alimentar a los hijos. Ellos, por su parte, vigilaban que las mujeres no se fijaran en otros varones, pues la pierna de mastodonte que habían conseguido podía terminar alimentando a hijos ajenos. Desde entonces los cerebros humanos se habrían programado para reaccionar ante ciertas amenazas, experimentadas como un riesgo de pérdida dentro de la pareja y habría surgido esa emoción que llamamos celo.
La interpretación es respaldada por estudios del doctor David M. Buss, psicólogo de la Universidad de Texas, según una investigación realizada por el New York Times. A juicio de Buss, “hombres y mujeres sienten celos por igual, pero las razones que los desencadenan son distintas”. Ellas los sufren por razones emocionales y ellos por miedo a la infidelidad sexual. Pero una nueva interpretación, encabezada por psicólogos de las universidades norteamericana de North Western y Yale echa por tierra esta hipótesis, postulando que la posibilidad de una infidelidad sexual es el fantasma que hace surgir con más fuerza los celos en todas las personas, independientemente de su condición sexual.
La mayoría de los especialistas postulan que sentir celos en cierto nivel es normal y hasta útil para fortalecer la unión de una pareja, pues la misma palabra celo remite a algo que se cuida con preocupación.
El psicólogo Giorgio Agostini no piensa igual. Para él los celos, aunque correspondan a una reacción muy frecuente y puedan catalogarse como naturales y normales, nunca son sanos, pues siempre están denotando algún temor de las personas y por esto hay que intentar superarlos. “Forman parte de la naturaleza humana, persiguen la retención del afecto y surgen de manera natural ante el temor de perder ese afecto”, especifica. Pero son pocos los que reconocen el problema y sólo alrededor del 20 % de las personas consulta a los psicólogos por esta causa.
Entre los distintos tipos de celos, Agostini destaca los posesivos y que van desde el niño que sufre por la llegada de un nuevo hermano -pues siente que la mamá ya no va a ser más de él- hasta personas que creen que su mujer o el marido es de su propiedad y se ponen celosos incluso de las actividades que los distraen, como el simple partido de fútbol dominical y rivalizan con todo lo que sienten que les está quitando el tiempo para compartir con la pareja.
En otro nivel sitúa los celos de personas inseguras, que tienen una mala imagen de sí mismos, se sienten desvalorizadas y no creen en su capacidad de retención de la relación de pareja, muchas veces producto de un desarrollo en su infancia en la que no fue estimulada la autoestima. También hay celos de personas con muchas fantasías o que han tenido varias aventuras amorosas, y todo aquello lo proyectan gratuitamente, achacándoselo a la pareja. Finalmente, están las celotipias que se dan en personalidades muy anormales, con locuras, donde hay alteraciones de la realidad.
“Decir que si no hay celos no hay amor es absolutamente cultural. En una relación de pareja sana no hay celos, porque hay confianza y, por lo tanto, se le cree al otro y no se duda acerca de dónde está o qué está haciendo. Los celos siempre surgen por inseguridades. De la misma manera que siempre que hay celos, salvo que haya motivos reales, es por falta de comunicación afectiva. Hay que hacer sentir al otro que es el mejor y si uno tiene a la mejor persona al lado, no se la cambia por nada”, remata el psicólogo.
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