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¿Cómo saber si es amor o sólo deseo sexual?
Definir el amor es una difícil tarea. La gente quiere a su cónyuge, al compañero o a la amiga, como así también a sus hijos, padres, hermanos y animales domésticos; a su patria, a Dios y, en otro plano, gusta del helado de chocolate, de un paisaje o de un evento deportivo. Es evidente que esta palabra tiene muy diferentes connotaciones.
Quizá la definición más simple es la que se refiere al amor como la disposición de ánimo en que la dicha de otro ser resulta esencial para la propia felicidad. En cualquier clase de amor, el afecto y el interés por la persona amada es un componente esencial, porque si no están presentes estas características lo que aparenta ser amor puede no ser más que deseo.
Dado que tanto el deseo sexual como el amor pueden ser apasionados y extenuantes, resulta difícil distinguirlos en función de la intensidad con que se sienten. Lo que generalmente los diferencia es la “solidez” que respalda al sentimiento verdadero. El deseo sexual químicamente puro suele ser más evanescente, restringido y carente del sentimiento de cariño y, en ocasiones, de respeto. El amor, en cambio, es una emoción más compleja y perdurable.
El deseo de conocer sexualmente a otra persona se configura básicamente por la senda de la atracción física y la sensualidad.
Así como el amor puede comprender o no ansias apasionadas de consumar una relación sexual, el respeto por la persona querida es una condición de primerísimo orden. El respeto hace que valoremos la identidad e integridad de la persona amada, con lo cual, difícilmente trataremos de explotarla egoístamente en beneficio propio.
El destacado psicoanalista Erich Fromm sostenía que el individuo sólo puede lograr una forma válida de amor si llegó al estadio de desarrollo y expresión de la propia personalidad. Es decir, define al amor maduro como la “unión que permite conservar la integridad e individualidad propias”. La persona que ama debe desear que la otra se desarrolle, a su modo y en su propio beneficio.
Pensar en la autorrealización de sí mismo, como paso previo al inicio de una relación amorosa digna, puede llevarnos a pasar por alto que el amor mismo puede ser un medio que nos permita alcanzar esta realización individual. La relación amorosa facilita a las personas conocerse a si mismas, aunque no es menos cierto que el amor no puede reemplazar a la identidad personal.
Algunos investigadores opinan que cuando en una relación amorosa faltan el cariño y el interés mutuo, el amor resultante es, en realidad, una dependencia con respeto a la pareja. Creen que cuando se necesita el apego constante para que la vida resulte tolerable, puede afirmarse que ha surgido una adicción, por más que se la enmascare con aditamentos amorosos. El peligro siempre constante de la abstinencia origina un anhelo, un ansia no menos omnipresente.
Estos estudiosos sostienen que, en el amor saludable, ambos amantes están convencidos de sus valores individuales; se sienten más firmes, atractivos y realizados y, por esto, valoran su relación. A su vez, mantienen intereses serios y entablan relaciones personales importantes fuera de la pareja; son amigos; no se sienten celosos o posesivos en cuanto al desarrollo personal del otro y su unión se encuentra integrada en la vida global de cada uno de ellos.
En la práctica, resulta difícil distinguir entre amar y gustar. La única diferencia reside en el grado de compromiso con la otra persona.
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